En noviembre del 2009 realicé, acompañada de una buena amiga un viaje soñado y esperado durante largo tiempo a Egipto. No es mi intención explicar con detalle la satisfacción y la cantidad de emociones que sentimos en ese país maravilloso ya que, por mucho que escribiera no daría fé de todo lo vivido en los doce días que duró el viaje; cualquier explicación se quedaría corta. Sólo decir que, a pesar de la cantidad de información en todo tipo de formatos que existe sobre Egipto y su cultura milenaria, cuando una se encuantra navegando por el Nilo y contemplando todo lo que nos ofrecen sus riberas, no da crédito ante tanta hermosura y, la visión de sus monumentos que hablan de toda una cultura como en ningún otro lugar que yo conozca produce auténtico asombro. Y es que ya lo dejó escrito Herodoto " Egipto es un regalo del Nilo", él que lo pudo contemplar el río sin domesticar, cuando no había presas y esclusas que controlaran sus crecidas.
Pero en este momento en que Egipto está viviendo una situación tan complicada, por decirlo suavemente, me vienen a la mente los dos guías que nos acompañaron durante el viaje; no diré sus nombres por respeto a su privacidad. Dada la organización del viaje, tuvimos la fortuna de contar con un guía para nosatras dos durante el crucero, nos acompañaba en las visitas y nos instruía (mucho) sobre todo lo que íbamos viendo.
Cuando embarcamos en el aeropuerto de Luxor hacia El Cairo, nos despedimos de él y cuando aterrizamos nos esperaba el otro guía con quien estaríamos hasta el final del viaje. Esta circunstancia nos permitió mantener largas conversaciones con los dos, que eran hombres educados, simpáticos y muy preparados para su trabajo, pues poseían gran conocimiento de la complicada y milenaria cultura egipcia.
Ambos estaban preocupados y muy inssatisfechos con el desarrollo de su país y había una palabra que aparecía constantemente en las conversaciones: corrupción. El guía de Luxor, de una forma un poco ingenua, decía con toda seriedad que si Ramsés II o Tutmosis III levantaran la cabeza quedarían absolutamente horrorizados, y se lamentaba con frecuencia de que Egipto ya no era tan grande e importante como antaño, culpando de esto a los geberantes de turno, asegurando que la situación no podía durar, sin concretar mucho más.
Pero el que resultó realmente profético fue el guía de El Cairo, quizá porque al vivir en esa desmesurada y caótica ciudad, se sentía más pesimista e incluso angustiado. Nos habló de la posibilidad de un estallido social, de la corrupción sin límites en la que se veían involucrados irremediablemente los ciudadanos, del riesgo que suponía la intervención del islamismo fanático como solución a los problemas.
Hay que decir que este hombre se confesaba profundamente religioso e identificado con el Islam, pero estaba completamente en contra del fanatismo que, según él, tenía cada vez más peso entre la gente. Aseguraba que el cambio era inminente, y que, aunque lo deseaba, sentía unn gran temor al pensar en quién acabaría en el poder. Nos recomendó una novela de Alaa Al Aswany, El edificio Yacobián, que muestra con toda crudeza la situación, centrada en El Cairo, de una sociedad convulsa y sin salida, donde sólo los más corrompidos pueden vivir.
Por eso, cuando leo y veo todo lo que está ocurriendo actualmente en Egipto, recuerdo las palabras de estos amigos, que han resultado ser proféticas, y me enrtristece que tengan razón, sobre todo cuando afirmaban que las llamadas potencias occidentales en el mejor de los casos volvían la cabeza y en el peor apoyaban a los regímenes corruptos para controlar a los grupos fanaticos y/o para su propio beneficio.
Espero que en un futuro próximo, ambos puedan sentirse orgullosos, no sólo de la antigua cultura de su país, sino del Egipto del siglo XXI. Yo intento ser optimista al respecto, pero no lo consigo.
Atardecer en el Nilo
He seleccionado estas fotografías para que las disfurteis conmigo
